El Ser Humano perteneciente a las llamadas sociedades civilizadas ha alcanzado altas cotas de confort y de desarrollo tecnológico, las cuales han contribuido a crear la falsa ilusión, desde un punto de vista superficial, de una relativa capacidad de aislamiento e independencia respecto de los condicionantes del medio. Además, estos logros se han obtenido, sin duda, a costa de un alto precio, tanto psicológico y cultural, como de desestructuración y deterioro de las relaciones sociales y de las interacciones con el entorno. El autor señala que esa fractura comienza con el distanciamiento del Ser Humano respecto de la Naturaleza, ya desde los orígenes de la producción y almacenamiento de excedentes y el consiguiente asentamiento en ciudades, cuando el hombre troca la existencia en equilibro con su entorno por la creciente modificación del medio para adaptarlo a su antojo, en una loca y suicida carrera por la concentración de energía en forma de acúmulo de poder y riquezas, bajo los falsos mitos de la productividad, la competitividad y el crecimiento ilimitado, lo cual conduce a la sobreexplotación y agotamiento de los recursos naturales, al incremento de la conflictividad social intragrupal y entre las distintas sociedades, así como a la exacerbación de la agresividad destructiva, incluyendo aquí tanto la desarrollada contra el propio Ser Humano en forma de guerras, invasiones, explotación y todo tipo de agresiones directas o veladas, como la violencia desatada contra el conjunto de la Naturaleza, mediante la destrucción del paisaje, las especies, los procesos ecológicos y los recursos naturales; todo lo cual constituye, en esencia, un problema de desequilibrio ecológico.